Todo el mundo sonreía, todos lucían su mejor vestimenta. Las parejas giraban y giraban y bailaban alegremente. Con una excepción… Cenicienta. Cenicienta estaba nerviosa, tenía prisa, mucha prisa… pronto iban a ser las doce de la noche –medianoche, y, para entonces ella tendría que estar ya en casa. Intentó abrirse camino entre las parejas. A la derecha, a la izquierda, ahí, un hueco – rápido, rápido, el tiempo corría. ¿Dónde estaba la salida? Miró rápidamente hacia todos los lados –ahí, la puerta! Cenicienta salió corriendo, el pánico la movía. El príncipe intentó perseguirla. Pero, ay! No debería saber quién era ella!
Cenicienta llegó a la puerta y empezó a bajar las escaleras a toda prisa. Dios, como le dolían los pies en estos zapatos… Para sus adentros maldijo a su hada madrina por haberle convencido de utilizar estos zapatos. Apretaron, rozaron, le produjeron ampollas que crecían con cada paso que daba. A lo lejos se oían las campanadas de un reloj – ocho, nueve… ella intentó correr más, empezó a cojear por el dolor de sus pies, pero siguió. Ahí estaba su carroza, faltaban solo unos pocos metros. «Adelante, adelante» se animó a sí misma. Siguió contando las campanadas… diez, once. Por Dios, las siluetas de su carroza ya empezaban a desvanecerse! Corrió más. Y, ya –doce campanadas. Completamente horrorizada vio cómo su carroza volvió a coger la forma de una calabaza, sus preciosos caballos se convirtieron en ratones y su espléndido vestido en el viejo y desgastado trapo de siempre. Miró hacia atrás y vio al príncipe estupefacto. Los demás invitados también habían salido del palacio a ver a dónde corría el príncipe con tanta prisa. Y allí estaban, directamente detrás de él, con caras de indignación e incluso enfado. El escándalo era perfecto. El príncipe se dio la vuelta:»Damas y caballeros, entren por favor, aquí no hay nada que ver. Disfruten de la velada.» La orquesta volvió a tocar y la gente se dio la vuelta y entró entre cuchicheos. Cenicienta miró triste hacia el castillo, se dio la vuelta y alicaída y con la mirada al suelo empezó su largo camino a casa. Lo único que no se había transformado eran esos dichosos zapatos que había recibido de su hada madrina. Se los quitó y los lanzó todo furiosa a un campo cercano. Si hubieran sido más cómodos, habría podido correr mejor, habría llegado a tiempo a su carroza y todo habría sido distinto.
De repente, Cenicienta oyó una dulce vocecita: «Ay, querida!» Cenicienta miró a sus alrededores para saber de dónde venía esa voz. Entre unos arbustos salió una gatita blanca que lucía unos botines preciosos con grabado de leopardo. Cenicienta miró sorprendida a la gatita con botines, la cual suspiró y dijo «Yo en tu lugar despediría a esa hada madrina. A quién se le ocurre, darte unos zapatos así y encima para un baile?? Te voy a decir una palabra mágica, recuérdala bien …», la gatita ronroneó «…Gennia. » Y, con eso desapareció. Cenicienta se quedó estupefacta «Y eso? Qué significa eso?» Pero la gatita ya no volvió. «Bueno», pensó Cenicienta resignada, «de todas formas ya da igual… ya es demasiado tarde» y se dio la vuelta y emprendió lentamente – descalza y cojeando – su camino a casa mientras las lágrimas bajaron por sus mejillas y las ampollas le dolían.
Al día siguiente se despertó muy temprano porque había muchísimo jaleo en la calle, ruidos de caballos, de carrozas, voces gritando, puños tocando en las puertas de las casas… Curiosa miró por la ventana de su buhardilla y vio la carroza real delante de la casa de su familia! Se vistió a toda prisa y bajó la escalera para saber qué estaba pasando. En la entrada estaba el príncipe con un cartón de color turquesa en las manos. En la tapa del cartón pudo ver unas letras en color plata: Gennia. «Que curioso», pensó, «es la palabra mágica que mencionó la gatita.» «Cenicienta», dijo el príncipe, «no he podido evitar escuchar tu conversación con la gata con botines. Y, por si quisieras volver a bailar conmigo, te he traído esto, para que estés más cómoda durante nuestro próximo baile…». Cenicienta abrió el cartón y, allí estaban… unos zapatos perfectos, elegantes y en un color precioso. Se los probó y quedó absolutamente maravillada de lo cómodos que eran. «Sí» dijo encantada, «esto sí son zapatos mágicos. Ahora podré bailar hasta el amanecer!» Y, así fue. Hoy en día, Cenicienta y el príncipe siguen bailando y Cenicienta sigue mimando sus pies con zapatos de Gennia. Y, esa es la verdadera historia de cómo unos zapatos le cambiaron la vida a Cenicienta. ¿La moraleja? Olvidaros de las hadas con sus cuentos –los auténticos príncipes azules entienden vuestra pasión por los zapatos y saben que aquel par que os hace sonreír vale más que mil reinos!